lunes, 11 de agosto de 2014

Mi artículo sobre Miguel Pajares en el diario LA RIOJA.





África, siempre África



«Lo que hoy no podemos responder es si llegará el medicamento contra el ébola, si Occidente puede hacer más para combatir el virus o si nos conformamos con que éste no salte a nuestros países»


África, ese inmenso continente, siempre abatido, eternamente pobre pero eternamente rico. Siempre desangrado por los propios y por los ajenos. Los del Norte, los europeos, los de Occidente, convivimos con una tragedia estructural del conflicto tribal africano alimentado por oscuros intereses en busca del expolio colonial y postcolonial. Esa lacerante historia que describía magistralmente el maestro Vargas Llosa en ‘El sueño del celta’ y cuyas causas siguen hoy sin resolverse.

En ese inmensa tierra de conflictos cambian las potencias, cambian los actores, pero nunca cambian las víctimas: niños, ancianos, mujeres se resignan a aceptar una suerte siempre adversa.

Con la inmediatez y la frialdad de redes sociales o de Internet, la cotidiana realidad del sufrimiento se nos acerca como pesadilla inevitable en forma de imágenes y testimonios para los que parecemos inmunizados.

Pero la famosa globalización depara estas sorpresas. Hoy la actualidad nos sacude con ese virus mortal que pensamos recluido en sus fronteras africanas. El ébola nos coloca ante el espejo de nuestras comodidades, de nuestras miserias, de las contradicciones y afloran demagogias o buenismos de salón.

Resulta que un misionero español de 75 años, Miguel Pajares, está vaciando su vida como médico y como sacerdote en Sierra Leona, con otros compañeros, como hacen miles de religiosos y cooperantes en Africa. En este caso, asume especiales riesgos y acaba contagiado de la enfermedad que trataba. Tras 50 años dando esperanzas, se encuentra en estado físico crítico. Toda una lección humana y evangélica.


Ante esta circunstancia, el Gobierno español activa los protocolos internacionales vigentes y repatria a este compatriota y a Juliana Bonhoha para recibir el tratamiento en un hospital español. Operación diligente y coordinada. Decisión correcta basada en la legalidad y en la ética A partir de ese momento, surgen preguntas y debates, algunos muy fuera de lugar. Porque desgraciadamente no se trata de resolver desde España esta epidemia, ni siquiera está a nuestro alcance socorrer a todos los enfermos del hospital africano. Tampoco este caso es equiparable a otros. Sencillamente se aplica la ley para ayudar a un nacional.

Muy diferente cuestión es el análisis de la envergadura de este mal, de conocer la realidad de una investigación que ahora empieza a aflorar, de conocer la eficacia de los fármacos empleados. Y lo peor, admitir que la inquietud por el ébola adquiere otra dimensión si afecta a europeos o estadounidenses. En este punto, me viene a la memoria la novela de John Le Carré, ‘El jardinero fiel’ (buena película también). ¿Denuncia o ficción?

Porque lo que hoy no podemos responder es si llegará el medicamento contra el ébola, o si Occidente puede hacer más para combatir el virus o si nos conformamos con que no salte a nuestros países.

África clama y sufre, pero de vez cuando se presenta en nuestra puerta para recordarnos que la globalización hace cercano lo lejano. René Cassin afirmaba que «nada humano nos es ajeno» y el Papa Francisco reclama la urgente globalización de la solidaridad. Personalmente no soy capaz de contestar estas preguntas ni de juzgar responsabilidades, pero sí reconozco el testimonio de un misionero que quiso cambiar su mundo, que llevó hasta el límite el compromiso con la esperanza de muchos africanos.

Y por ello acabo con un afectuoso reconocimiento a los misioneros y cooperantes riojanos que han desarrollado o desarrollan esa extraordinaria aventura de dignificar la vida en África.